IGLESIA DE NUESTRA SEÑORA DE LA ENCARNACIÓN
Vera, la ciudad que un día naciera a orillas del mar Mediterráneo con el nombre de Bayra para trasladarse después al cerro del Espíritu Santo, resultó completamente destruida en el terremoto del 9 de noviembre de 1518, en lo que supuso el mayor desastre natural vivido por la ciudad.
Ante tal desastre, el emperador Carlos I ordenó la redacción de un informe donde se explicara la conveniencia, o no, de volver a levantar la destruida ciudad. Informe que, dada la situación de Vera frente a las costas mediterráneas y haciendo las veces de nexo entre los recientemente reconquistados reinos de Lorca, con el que Vera tuvo una relación especial a partir de la segunda mitad del siglo XVI, y Granada a través del Valle del Almanzora, resultó favorable a dicha reconstrucción.
Así, se dice que mediante una flecha de ballesta se marcaría el lugar donde habría que empezar la reconstrucción de una ciudad de nueva planta, levantando una iglesia fortaleza en primer lugar para la defensa de la población que tendría que sufrir las rebeliones musulmanas a mediados del siglo XVI desde las Alpujarras y ataques piratas por sus costas.
De este modo, entre los años 1521 y 1524 el arquitecto Francisco Capilla dirigió a los alarifes moriscos que levantaron el templo.
La iglesia se trata de un templo de una sola nave rectangular dividida en cinco tramos en cuyos ángulos se sitúan torres de planta cuadrada. Los muros, prácticamente ciegos, solo cuentan con los pequeños huecos que hacían las veces de saeteras, reforzando así la función defensiva del templo.
Existen dos entradas: la principal, en el lateral norte, y otra secundaria, a los pies, cuyas portadas consisten en simples huecos recortados sobre el muro.
Es destacable, no obstante, la moldura que recorre la parte superior y el escudo del obispo Diego Fernández de Villalán, único que se conserva de la tríada original (el del Papa, el del Emperador, y el del propio obispo).
En el interior son destacables las bóvedas de crucería cuadripartitas y los terceletes del presbiterio. A los pies del templo se coloca el coro que descansa sobre una bóveda de lunetos.
Además de bonitas tallas como la de San Cleofás, patrón de la ciudad, o San Antón, entre otras, se puede admirar en el interior del templo el bello retablo barroco en madera y oro que contiene otras obras del mismo período como son el retablo de la Anunciación y la Virgen con el niño.